Cena para Dos  

Publicado por Berna!

Salió de su casa. No había una sola nube y no hacía demasiado calor. Cerró la reja, le sonrió al pestillo, y se fue.
Por fin se habían dado las cosas pensaba; algo de razón debían tener los que creían en el destino, porque hoy le había tocado a él. Después de tanta ida y vuelta, de tratar de convencerla, le dijo que sí. ¿Y ahora? Dentro de 25 minutos se iba a sentar en un restaurant, con ella en frente de él, e iban a hablar durante ¿Una hora? ¿Dos? ¿Toda la noche? No creía que lo último fuera a pasar… pero con ella nunca se sabía. Cualquier cosa podía pasar con un poco de suerte.
Llegó a la parada de colectivo. 21:50. Supuestamente a las diez tenía que estar en Castelar, pero estaba seguro que ella no iba a estar antes de, como mínimo, las diez y media; o las once, cuando no. Por eso decidió salir tarde; no le iba a dar el gusto (como siempre, y aunque ella no lo supiera) de esperar a que llegara y tener que recibirla con cara de Acá-no-pasa-nada y decir “¡No, no estoy enojado!”. Por eso, cuando subió al colectivo y se dio cuenta de que había pasado 5 minutos nada más en la parada, se enojó un poco: iba a llegar tarde, pero no tanto como quería.
El colectivo, como de costumbre, estaba más vacío que lleno a esa hora; exceptuando al colectivero, que iba escuchando un asqueroso compilado de ruido (que pretendía ostentar el título de “música”), iban una señora, de alrededor de unos 45 años, sola y mirando por la ventanilla; y una pareja de jóvenes, tomados de la mano pero mirando en direcciones opuestas… “Deben haber parado de discutir recién – pensó nuestro querido protagonista – por eso no se miran”. No sabía por qué pensó eso; supuso que era otra de esas asociaciones inútiles a las que estaba acostumbrado. Una vez había leído que “La mente es un mono astuto; a veces agarra una banana, otras no”; mucho sentido no le encontraba a la frase, pero le parecía adecuada para la situación. ¿Por qué? Vaya uno a saber… Vivía coleccionando frases de por ahí: Libros, canciones y demás; las memorizaba y las usaba siempre que podía, aunque nadie las entendiera. Se reía solo cuando pensaba en eso y en lo graciosas que resultarían si todos conocieran el por qué de “esa” frase. Claro que… muy pocos lo sabían.
Tenía que bajarse en la estación, era lo que más cerca lo dejaba del otro colectivo que se tenía que tomar, pero prefirió bajar en el Disco. Eso eran unas 3 o 4 cuadras más, pero quería fumarse un cigarrillo y pasar por su colegio, donde la había conocido y donde todavía les quedaba un año por compartir. Mientras caminaba hacia allí, vio escrito en una pared una frase que parecía justa para esa noche: “Un beso no dice mucho; pero a veces dice todo”. Lo firmaban “T y S”. ¿Quiénes serían? ¿Estarían juntos todavía? ¿Alguna vez lo habían estado? Más allá de lo que sea que los hubiera hecho escribir esa frase en una de las paredes de la Catedral de Morón, él se mostró muy de acuerdo. Sin lugar a dudas un beso podía decir todo, cuando el que lo daba quería que así fuese; esperaba que esa noche pudiera dar el beso que tanto quería dar, para ver si ella, de una vez, se podía dar cuenta de todo lo que pasaba. Y de todo lo que no había pasado también.
Cuando llegó al colegio, prendió el cigarrillo y, tras un par de pitadas, dijo en voz alta, citando una frase que no recordaba de donde la había sacado:
- ¿Cuántos desvelos más costarán tu regreso?
No sabía de qué regreso hablaba, si nunca habían estado juntos, pero de lo que estaba seguro era que los desvelos eran reales. Desde que se había animado, tres días atrás (“¿Tres días? ¡Juraría que fue hace, por lo menos, una semana!”), a preguntarle si quería ir a cenar con él un día de estos. ¿El viernes? Si, podía el viernes, no tenía nada que hacer. ¿Qué no podía ser muy temprano, porque ella tenía que ir a Capital a hacer no-se-qué? Ningún problema. Preguntó si a las diez ella podía; le respondió con un sí, un beso en la mejilla y un “Me tengo que ir, pero a la tarde mandame un mensaje, ¿dale? Sabés que me olvido sino”. Otro beso (“Siempre en la mejilla, la puta madre…”) y se fue. Todo había pasado ahí, en la misma esquina donde ahora estaba parado a solo 10 minutos de retraso del restaurant, donde ella supuestamente lo estaba esperando, aunque él sabia que, como siempre, iba a llegar más temprano que ella. Terminó el cigarrillo, quemó la colilla en un panfleto pegado en el poste de luz, en el ojo derecho de De Narváez, que sonreía con una cara de buen tipo que no podía ser otra cosa que falsa (“A alguien con esa cara no le compro un auto usado ni en pedo” - pensó mientras lo miraba -), y subió por San Martín, hasta la parada del 269.
En esas cuadras tuvo un tiempo no muy largo para pensar en lo que le estaba pasando. Por primera vez se iba a encontrar solo con ella, sin nadie conocido; solamente una mesa en los dos. ¿Qué le iba a decir? ¿Qué podía atropellarlo un coche en ese mismo momento y él se moriría contento, solo porque ella le había dicho que sí, que se iban a ver? ¿Qué sabía que ella quería que fuesen amigos nada más, pero que el no podía soportar la idea por mucho más tiempo? ¿Qué lo único que le costó mas o menos lo mismo que pedirle ir a cenar solos fue aquella vez que terminó “Throught the Fire and Flames”, de los putos de Dragonforce, al 95% en Expert, en el Guitar Hero III? Todas las respuestas a esas preguntas le parecían una mierda. No tenía idea de qué le iba a decir, ni la más puta idea, y tenía un miedo atroz de cagarla. ¿Cómo? Fácil: aburriéndola. Una sola vez iba a tener una chance como ésta, y no quería desaprovecharla. Ya sabía que, ante el primer silencio, iba a dejar que éste se prolongara por unos 30 segundos y después, tal cual como Mia Wallace le dijo a Vincent Vega, le preguntaría: “¿No los odiás?” y, ante el inminente “¿Qué cosa?” que saldría de su boca como respuesta, recrearía el diálogo de Pulp Fiction. Otra de sus frases; otra de las asociaciones. Pero después de eso, no sabía como reaccionaria frente a otro silencio. O frente a una mirada de disgusto de ella. O (“Por el amor de Dios, que eso no pase” – pensó –) frente al fatídico “¿Qué hora es?”, que no denotaría otra cosa que aburrimiento. Después, pensó que en realidad ellos eran amigos, que ella no tendría el más mínimo problema para sacar conversación y que él estaba tan cagado porque se iba a tirar a la pileta sin maya, con el carnet de la revisación médica vencido y sin preguntar antes si había agua o no.
Se subió al 269 un poco más tranquilo. “Lo que tenga que llegar llegará, y ya habrá tiempo para enfrentarlo”. Maldito Hagrid, esa frase lo inmortalizó. Esta vez no le prestó atención a la gente del colectivo, venía abstraído…lejos del colectivo, lejos de la cena, lejos de lo que podía llegar a pasar. Eran sus últimos minutos antes de la verdad y no quería pensar en nada.



Llegó a la puerta del restaurant a las 22:20. Como siempre, ella no estaba allí, esperándolo con esa cara de enojada que tanto le gustaba a él, lista para decirle: “¿Viste? Siempre te quejás de que yo llego tarde, y ¡mirate a vos!”, medio en broma, medio en serio; él se sentó en el banquito de la remisería de al lado, a esperarla. Pasaron diez, quince, veinte minutos… hasta que la vio. Era imposible confundir esa pollera de jean que usaba siempre.
Ahí la tenía, una vez más frente a él, pero ésta vez solo para él. Se había dejado el pelo suelto, salvo por una colita que le agarraba dos mechones de pelo que, de no estar atados, le caerían en la cara; no se había maquillado (una de las cualidades que a él más le gustaba era ésta), salvo por un poco de pintalabios rojo, que le quedaba más que bien. Una musculosa blanca, sencilla como ella sola, que combinada con la celebérrima pollera de jean quedaba… “Genial” – pensó – a falta de una palabra mejor. Para terminar, esas sandalias que parecían romanas, que a él tanto le gustaban. Una vez se lo había dicho, y esperaba que ella se las hubiera puesto por eso. Le encantó creer que sí.
- “¿Cómo estás?”
- “Todo bien, ¿vos? – y sin darle tiempo a responder, agregó – Perdoná que llegué tarde, el tren no venía y no tenía otra forma de llegar; me terminé tomando un remis desde la estación, para no hacerte esperar tanto. ¿Hace mucho que estás esperando?”
- “No problemo mi vida – dijo y, previa activación de la cara “Acá-no-pasa-nada”, marca registrada – llegué recién, está todo bien. Bah, todo sigue igual, ¿no? ¿Entramos?”. Ella no entendió parte del “Todo sigue igual”, pero no era momento para preguntarlo, así que solo le dio un beso en la mejilla y le dijo que sí, que se estaba muriendo de hambre.
Entraron y se sentaron en la mesa de la punta, que daba contra las dos ventanas. El lugar era un pseudo-triangulo isósceles: uno entraba por lo que sería la parte ancha del triángulo, y a su derecha (subiendo unos 4 o 5 escalones) estaban las mesas, un poco apretadas por la cantidad de gente que estaba en el lugar, sumado al hecho de que era un poco chico, y lo que serían los dos lados largos del triángulo eran grandes ventanales, por los que se podía ver a la calle. De cualquier modo, él ya había reservado esa mesa que tanto quería: la de la punta de todo, donde podían ver por las dos ventanas a la vez y parecía que estaban comiendo afuera, en la calle en vez de adentro del restaurant, al abrigo del aire acondicionado.
Pidieron dos panqueques de jamón crudo y queso, una cerveza (que cuando pidieron la cuenta no era una, sino tres) y una porción de papas fritas para compartir. Durante toda la cena, estuvieron hablando, salvo por una interrupción de él para ir al baño, un mensajito de texto por parte de ella, que resultó no ser otra cosa que la compañía de teléfonos que le ofrecía una plan nuevo, por solo ¡65 pesos! (“¿Te diste cuenta que todos los que trabajan ahí son cordobeses?” le preguntó después) y una pausa, entre los panqueques y el postre (dos ensaladas de fruta), para fumarse un cigarrillo en paz. Toda la noche estuvieron charlando de todo un poco: la vida, la muerte, la política, el amor y un par de trivialidades más; sin embargo, él no se animó a decirle todo lo que le quería decir, no quería arruinar el buen momento que estaban pasando con una confesión amorosa que oliera a Stella Artois y jamón crudo; en ningún momento sus miedos se cumplieron: ni ella se aburrió, ni quedaron en silencio ni nada que se le parezca ¿para qué cagarla?; por su lado, ella lo pasó bien. Estaba cenando con un amigo, uno con el que hacía bastante que no hablaba, y se dio cuenta de que era como que no hubieran dejado de hablar nunca ¿Por qué iba a pasarlo mal?
Se hicieron las doce, la una, la una y media y, para cuando se hicieron las dos, pidieron la cuenta; después de una pequeña discusión, en la que él quería invitar y ella se negaba a dejar que el pagara todo, decidieron que ella pagaría los postres y él el resto, se levantaron de la mesa. Salieron del restaurant y se encontraron con la misma imagen de siempre, la misma que da Santa Rosa todos los viernes: gente yendo de acá para allá, para entrar a cualquiera de los bares de por ahí, los policías dando vueltas, y varios autos haciendo ruido en la calle. Ella no vivía muy lejos de ahí; el se acordaba que debían ser, en el peor de los casos, diez cuadras, pero no se acordaba exactamente donde era. Le preguntó si quería salir a algún lado, y ella le dijo que no, que estaba cansada para salir (y esa era justo la respuesta que estaba esperando). Le preguntó si quería que la acompañara hasta la casa, que no había problema y no quería que vaya sola hasta allá. Ella lo pensó un poco y dijo que si. El le tendió el brazo, ella lo agarró y juntos, y, por primera vez en las últimas 3 horas, en silencio, empezaron a caminar.
Eso le dio un pequeño tiempo para pensar. ¿Se tenía que jugar o no? No sabía como iba a reaccionar ella ni como empezaría a hablar. Creía que decirle directamente “Te amo” y darle un beso sería excelente en una película, pero su vida no era una puta película: después de muchísimo esfuerzo la tenía ahí con él, y no iba dejar que su imaginación pochoclera le arruinara el momento. “Eres muy novelero ¿sabías?”, menuda frase para esa situación. ¿De dónde la había sacado? ¿Se la habían dicho o la había leído? Seguramente la segunda: no conocía a nadie que hablara en neutro. Pero también la podría haber escuchado en la tele… “!BASTA¡ - se dijo a si mismo – Concentrate”. ¿Dónde estaba…? ¡Ah! En lo del “Te amo”. No. Definitivamente no le iba a decir eso así sin más, pero ¿qué le iba a decir entonces?
Ella, todavía en silencio, se paro en puntas de pie y le dio un besito en la mejilla. Suave, cortito y sin ruido. Pero eso era todo lo que necesitaba; “Un beso no dice mucho; pero a veces dice todo” según “T y S” y ese beso le dijo que tenía que decirle todo ya, porque sino sería muy tarde. Esperó a que salieran del ruido de Santa Rosa, doblaron a la derecha en la 5ª cuadra, y se dio cuenta de que solo le quedaban 4 o 5 más para decir todo lo que tenía que decir.
Tomó aire… y empezó.



Nada de lo que dijo le gustó. Habló sin parar las cuatro cuadras, siempre mirándola a los ojos, cosa que hizo que se tropezara dos veces, y sintiéndose cada vez más estúpido. Ninguna de esas alegorías de amor, metáforas insípidas o frases que parecían sacadas de películas o novelas (que seguramente había sacado de películas o novelas) le parecía natural. Todo lo que le quería decir era que la quería más que a nada, que estaba seguro de que la amaba y que esperaba que ella le diera una oportunidad; sino, le daría un beso la mejilla y le pediría que, por lo menos, siguieran siendo amigos. Si era así, ¿por qué estuvo largando una verborrea durante cuatro cuadras, perdiendo el hilo de lo que decía dos veces, para terminar diciendo que no sabía de lo que estaba hablando, que lo perdonara y que esperaba que lo entendiera?
Llegaron a la puerta de su casa; el se había callado no más de 10 segundos antes y ella, cuando estaba abriendo la reja, dio media vuelta y, mirándolo a los ojos, le dijo:
- “¿Eso es todo lo que tenés para decirme? ¿Nada más?”
- “¿Perdón? – dijo él, atónito – Si con todo lo que te dije antes no te alcanzó, la verdad no sé que más decirte.”
- “Tratá de hablar normal, como si me dijeras que hace calor, o que el mozo que nos atendió tenia una nariz increíblemente grande o cualquier otra cosa.”
- “Bueno – inspiró intensamente, retuvo el aire unos 4 segundos, y suspiró – La verdad es que quiero estar con vos y nada más que eso. No como amigos; como algo más. Pero ser amigos no me molesta, prefiero eso antes que nada. Que situación de mierda… ¿no?”
- “¡Jajaja! – su risa resultó angelical ante sus oídos – Claro que es una situación de mierda, pero ¿qué podés hacer al respecto? Para que algo pase, tiene que ser entre los dos. Con el amor de uno solo no alcanza. Y que no te de vergüenza decirlo: se te nota hasta en como caminas que lo tuyo es amor.
Se acercó a él, le apoyó las manos en el pecho y lo besó. Salvo que esta vez no fue en la mejilla: fue directamente en la boca. Un beso intenso, un beso que no decía nada pero justificaba todo. Un beso podía decir mucho, según “T y S”, pero nada se podía comparar a éste. Este no decía absolutamente nada: abarcaba todo y más, para reducirlo a unos labios sobre otros. Se le ocurrió que en ese momento, si le arrancaran el corazón, éste no pararía de latir nunca. Que poético, ¿no? Se lo imaginaba perfectamente: él, solo frente a la reja, con una mancha roja en la remera, que crecía y crecía desde el lado izquierdo de su pecho; ella, entrando a su casa, sosteniendo en la mano derecha un cosa palpitante, que no dejaría de latir nunca mientras estuviera cerca.
Sin embargo, cuando el beso terminó, ni su remera estaba manchada ni ella tenía nada en su mano derecha. Los dos se miraron por un momento, midiendo el alcance de lo que habían hecho. Pero cuando sus ojos se encontraron con los de ella, supo perfectamente qué acaba de pasar: era de esos momentos que más te valía atesorar en la cabeza, porque eran únicos. En todo el sentido de la palabra. Él habló:
- No se va a repetir, ¿no?
- No. Pero te lo quería dar.
- ¿Para que sepa lo que me pierdo?
- No. Para que sepas cómo es. Y lo vuelvas a encontrar.
Le dio otro beso, esta vez en la mejilla, y entró a su casa.

Responsability  

Publicado por Berna!

La responsabilidad no deja nunca de ser solo un concepto, sometido a quien sea que use la palabra. En realidad, el ser o no responsable va mucho mas allá de la funcional concepción del deber que se le da en la sociedad actual, el cual ha ido eliminando la verdadera esencia de la responsabilidad hasta convertirla, como ya dije, en poco mas que un "decir-hacer-cumplir" establecido.
Empecemos entonces: ¿Qué, o quién, es responsable? Y no desde el hacerse cargo de una situación; estoy tratando de llevar el concepto de responsabilidad a un ideal, al que uno no pueda creerse en derecho de recriminar a otra persona una actuación responsable de acuerdo a sus actos, cuando ella misma no ha sido enteramente responsable a lo largo de su vida. ¿Hacer las cosas en tiempo y forma, como se deben? Eso no es ser responsable; eso no es mas que una miserable interpretación de una palabra que abarca muchísimo más de lo que se deja ver hoy en día.
La responsabilidad viene por otro lado. Yo no quiero ser responsable en esta sociedad. Nada me haría mas triste que ser yo el responsable de que las cosas sean como son. Lo que menos quiero encima mío es la responsabilidad social que "hay que cumplir"; ya sea con el colegio, los trabajos, las llamadas obligaciones, que no son más que banalidades que pueden o no hacerse, de acuerdo a la importancia que uno le ponga a la situación.
El ser responsable es el querer transgredir. Quién ve que las cosas están mal y las quiere cambiar es responsable, no el que no se lleva materias. Responsable es el que, frente a una situación desafiante, no se hecha para atrás y trata de salir lo mejor parado posible; el que se deja consumir por un sistema de horarios, entrevistas, capital y demás no es responsable, es un puto autómata. La responsabilidad es el compromiso con los sueños, con los ideales y, en última instancia, con el cambio. Esa es la responsabilidad a premiar: Esos son los ejemplos a seguir en el marco de la responsabilidad; los que no flaquean frente a las adversidades, los que en sus casas no encuentran mas que trabas para alcanzar lo que quieren pero aún así siguen tratando, incluso los que se dedican solo a arengar a la gente a que se comprometan con una causa mayor, habiendo ellos rechazado la misma, pueden ser catalogados de responsables.
Esa es la responsabilidad que quiero. No la del traje, la corbata, el reloj y el "llego-tarde"; yo quiero la responsabilidad de los sueños, del mañana, del cambio, del coraje, del hacer para mejorar, de la transgresión, de la originalidad, de la pelea por algo mejor: La responsabilidad de marcar la diferencia.



P.D: It feels extremely fucking good to be back!

Cor anteâ mentis  

Publicado por Berna!

En cualquier decisión que uno toma, aún sin saber que lo está haciendo, el equilibrio es el resultado final que uno busca. Ya sea un equilibrio contra un mal, contra el pasado o contra alguna experiencia, uno trata de encontrar, en su decisión, los extremos de la probabilidad, consiguiendo ver el todo de la situación, y elegir la situación que le de mas equilibrio.
Pero todo esto tiene un problema. Está la decisión del desequilibrio; algo que vaya más allá, que termine en alguna situación que obligue a luchar por el equilibrio, no a obtenerlo. El camino difícil, pero no por eso menos gratificante.
Este precepto se aplica a todo. Desde lo que quiere hasta lo que siente, el que vea en el desequilibrio su complemento, puede sentirse tan dichoso como descontento. Las inmensas alegrías del sentirse dueño del destino de cada uno es el mayor consuelo para poder sobrellevar los problemas de todos los días; el fallar, sin embargo, se puede tornar intolerable. Dado que más de uno confunde lo que quiere con una globalización unipersonal, en la que busca que todo sea como él, falla continuamente y se frustra por esto; sin embargo, no deja su objetivo, porque ve en él un fin último que lo pondría más allá de todo lo que él mismo pudo imaginar.
Ahí está la otra gran parte de la toma de desiciones: La imaginación. Uno, cuando decide algo, imagina (de manera consiente o inconsiente) lo que va a pasar a raíz de esa decisión. Así, la imaginación se convierte en un pilar fundamental en la toma de decisiones, ya que es la única cosa, junto con el miedo, que nos puede llegar a impedir que hagamos algo por las consecuencias, sean estas reales o imaginarias.
Ahora, hay una excepción. El corazón, siempre tan rebelde pero no por eso menos acertado, le escapa al miedo, toma la decisión sin consultar a nadie y maneja como quiere a la imaginación. Es, según el cristal conque se lo mire, el único límite real que uno tiene. El amor como sentimiento, como fin, como un todo; en él y para él tomamos las desiciones que él quiere, sin que lo sepamos, porque todo aquel que diga que maneja a su corazón miente. El corazón es todo; pero a su vez, el todo es la suma de las partes, siempre que éstas se ignoren entre si. De la única manera que el corazón puede funcionar es ignorando a las demás partes, a las demás situaciones, e imponiéndose como única razón y motivo para decidir.
En el triángulo del conocimiento (Intelecto - Raciocinio - Sentimientos), todas las partes están conectadas y son interdependientes, pero son las inteligencias sentimentales/emocionales las que priman, dado de delimitan a las otras dos, porque las ignoran. No importa qué crea saber uno ni cuanto lo piense: si el corazón lo quiere, hará lo imposible por conseguirlo. Y aún si no lo consigue, ignorará cualquier obstáculo para volver a convencernos de que lo que él quiere es lo único que importa. Tal vez no lo sea, pero no hay nada que pueda hacerse; es mejor entregarse a ese deseo desenfrenado e inexplicable y vivirlo antes que tratar de entenderlo.

Noche de Ruta  

Publicado por Berna!

by Lonas Blancas

En el medio del viaje
Rompen grava sin velocidad,
Y el silencio de uno
Calla el alma de los dos

Sus espejos ya no ven
Ninguna cara, ningún amor
Y aunque ya no llueve
Las raíces crecen, y atrapan...

Todavía el cielo está lejos,
Quemándose de amor,
Y en la ruta su auto va
Sin luces, solo velocidad

Y cuando la noche llega
La ruta es su hogar,
Un campo de batalla
Con pocas luces de placer

Pero cuando nacen otra vez
Se miran de nuevo, sin querer,
Ya sin alcohol y sin placer,
Repitiendo todo otra vez

Todavía el cielo está lejos,
Quemándose de amor,
Y en la ruta su auto va
Sin luces, solo velocidad.

Bis x7?  

Publicado por Berna!

Otra vez! Otra y otra y otra vez! Vuelve, de nuevo, pero ésta vez sin saber nada. Es un misterio, una necesidad, pero se aferro de algo y volvió. Está ahí, y todo cobra sentido de nuevo. Mañana volverá a flaquear, porque los dos sabemos que es así, pero no por eso desaparecerá. Porque si hay algo que el corazón sabe y la cabeza no, es eso. Que esto es una oportunidad, que por algo se te cruzó y que el único que puede cambiar algo sos vos. Porque de nuevo lo tenés, eso que te hizo tan bien en otras ocasiones, que te mantuvo vivo cuando no podías más, que te inspiró a hacer lo que más te gusta, que ni vos sabés explicar, que te contradice pero te hace seguir avanzando, que te atrapa en su juego contra tu voluntad, que no te deja salir, que te muestra otro horizonte, otro camino por seguir, otra oportunidad. Porque no es más que eso: Una oportunidad más. De cambiar, de crecer, de creer, de ser vos y no solo vos, sino pasar a ser dos. Otra vez el pecho se te infla mientras se vacía, pensando en cualquier cosa, que deriva nuevamente en ésto. En que otra vez una oportunidad se te cruzó en el camino; pero ahora es distinto, ¿no? Ya no sos el mismo de antes, cambiaste. Y sabés qué querés, no por qué, pero el deseo no deja de ser menos real. ¿Puede fallar? Sin lugar a dudas ¿Te vas a desanimar? Espero que no! Todas las oportunidades dependen de vos, de que hagas lo que creas correcto, que te comprometas con lo que sentís y pensás, que nada te impida llevarlo adelante. Una nueva oportunidad, quién dice que no un nuevo amor, está enfrente tuyo!
¿
Lo vas a dejar pasar?